Es vell Matei i es vell Tiroril·lo
Açò era un poble on hi havia dos vells:
un que li deien es vell Matei i s’altre es vell Tiroril·lo, que eren molt rics.
Un dia es vell Matei va quedar a deure un cèntim de cavallet a s’altre, i li
feia peresa es pagar-l’hi, tan ric com era. Per no haver-l’hi de pagar, un dia
se’n pensà una.
Ja sé què faré va dir: faré es mort, i
així m’ho perdonarà. Un dia se resol, i es dematí no es va moure de dins es
llit, i ulls tancats, fent es mort. Quan se féu gran dia i es vesins van veure
que no s’aixecava, van dir: Qualque cosa de nou li haurà pigat, an es vell
Matei, com no s’aixeca. Van avisar es rector i sa Justícia, li van obrir ses
portes, i com me’l veuen estirat damunt es llit sense bategar-se, tots van dir:
No, ell és ben mort! L’haurem d’enterrar. Comencen a tocar de mort, i es vell
Tiroril·lo, com ho sent, va demanar: Qui és es mort? Es vell Matei. Mirau! Ell
qui me devia un centimet! Ja no me’l pagarà. No, però no l’hi perdon. A
llavores va pensar: Ja sé què faré. Anit el tindran tota sa nit dins
l’església. M’amagaré dins la trona, i quan no hi haurà ningú, li prendré ses
sabates. Es vespre se’n va, i, as temps que es vell Matei jeia ben estirat dins
l’església, ell estava dins la trona, esperant per prendre-li ses sabates.
Aixuixí senten renou de gent que s’acostava. I van esser una quadrilla de
lladres carregats de doblers qui anaven a partir-se’ls dins l’església, a sa
claror de sa llàntia. Es temps que començaren a comptar es doblers, s’alça es
vell Matei de dins sa caixa i comença a cridar: Totes ses ànimes difuntes que
surtin juntes! Totes ses ànimes difuntes que surtin juntes! Es lladres, com
senten allò, carregats de por, s’alcen i, cametes treis-me d’aquí, cap a fora
deixant es sacs des doblers allà enmig. Es dos vells s’alcen, i a corrents cap
en es doblers, a repartir-se’ls. Quan ja se’ls acabaven de repartir, es vell
Tiroril·lo va pensar en es centimet i li digué: Un centimet me falta, es que me
deus. Dóna’m es centimet que em falta, dic. A l’entretant es lladres havien
tornat arrere per veure si arreplegarien lo deixat; però quan foren a ses
portes i van sentir: Un centimet me falta, dóna’m es centimet... Sí que són
moltes ses ànimes difuntes! van dir ells. Ells sols no els ha tocat un centimet
perhom, n’hi ha una qui s’ha quedat sense! I ja són partits ben deveres, i es
dos vells se’n van dur es doblers i van ser ben rics fins que es van morir.
El viejo Mateo y el
viejo Tirorilo
Era sé que se era un pueblo donde
vivían dos viejos que eran muy ricos: uno que al que llamaban el viejo Mateo y
al otro el viejo Tiroriro. Un día el viejo Mateo le quedó a deber un céntimo al
otro, y tan rico como era, le hacía pereza pagárselo. Para no tenerlo que
pagar, un día se le ocurrió una idea.
Ya sé qué haré dijo: me haré muerto, y
así me lo perdonará. Un día se decide, y ya muy de mañana no se movió de su
cama, y ojos cerrados, haciéndose el muerto. Cuando se hizo de día y los
vecinos vieron que no se levantaba, dijeron: algo le habrá pasado al viejo
Mateo, ya que no se levanta. Avisaron al cura y al juez, abrieron las puertas,
y lo vieron estirado encima de la cama y todos dijeron: ¡No, está bien muerto!
Lo tendremos que enterrar. Empiezan a tocar las campanas, y el viejo Tiroriro,
como las oyó, pidió: ¿Quién se ha muerto? ¡El viejo Mateo! ¡Justamente él, qué
me debía un céntimo! Ya no me lo pagará. No, pero no se lo perdono. Entonces
pensó: Ya sé qué haré. Esta noche le tendrán toda la noche dentro de la
iglesia. Me esconderé dentro de la trona, y cuando no haya nadie, le cogeré los
zapatos. Al anochecer fue, y, al tiempo que el viejo Mateo yacía estirado
dentro de la iglesia, él estaba dentro de la trona, esperando para robarle los
zapatos. A lo lejos, se oía bullicio de gente acercándose. Era una cuadrilla de
ladrones cargados de dinero, el cual iban a repartirse dentro de la iglesia, a
la luz que de la lámpara. Al mismo tiempo que empezaron a contar el dinero, se
levanta el viejo Mateo de dentro de la caja y empieza a gritar: ¡Todas las
almas difuntas que salgan juntas! ¡Todas las almas difuntas que salgan
juntas! Los ladrones, al oír aquello,
cargados de miedo, se levantan y, pies para que os quiero, salieron corriendo
hacia fuera dejándose los sacos cargaos de dinero allá en medio. Entonces, los
dos viejos se levantan, y de un salto corrieron hacia el dinero, a
repartírselo. Cuando ya estaban acabando de repartírselo, el viejo Tiroriro
pensó en su céntimo y le dijo: Un céntimo me falta, el que me debes. Dame el
céntimo que me falta. Entretanto los
ladrones habían vuelto atrás para recoger lo que se habían dejado; pero cuando
llegaron a las puertas y oyeron: Un céntimo me falta, dame el céntimo...
¡Sí que son muchas las almas difuntas!
dijeron ellos. Sólo les ha tocado un céntimo para cada uno, y aun así, ¡hay
quién se ha quedado sin! Muertos de miedo se fueron muy deprisa, y los dos
viejos se llevaron el dinero y fueron muy ricos hasta que murieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario